En el trabajo de David Becerra (Guadalajara, 1991) podemos advertir la textura como móvil de su propuesta gráfica, a partir de ella experimentamos con él, nos sentamos al borde de la contemplación; adivinamos entonces que sus trazos forman en conjunto una obra intuitiva, el artista es -ante todo- un observador que, en todo caso, busca captar expresiones para después moldearlas. Tomando el riesgo, me atrevo a pensar que una de sus búsquedas es la captura de esa materia ambigua que es “El instante”, aquello que -como ha explicado Bachelard- es la única realidad del tiempo. Instante solitario, a final de cuentas, pues en su contemplación y advertencia, surge nuestra conciencia de finitud, conciencia de la soledad. Acaso la soledad y el instante son caras de la misma moneda en la obra de Becerra, sus fondos a veces oscuros, otras pálidos, resuenan como el entorno de la figura que obliga centrar la atención del espectador (quien, como todos, es también un expectante) de la obra. Podría pensarse entonces que su trabajo es un estudio sobre la soledad. Pero –interesante acierto- habría que repensar siempre en la soledad como se piensa en un nombre propio, cargado de memoria y destino; un nombre, entonces, ¿femenino? sí, como los personajes que ondean a la vista de quien persigue la rugosidad de sus rostros, sus manos, su pecho, de un cuadro a otro, con la mirada.
Paco Camacho, 2018
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